“Mi miedo más grande cuando era niña era que tú y mamá se divorciaran. Luego, cuando tenía 12 decidí que mi mamá y mi papá discutían tanto que era mejor que lo hicieran, pero estoy contenta de que no lo hayan hecho”, dijo la hija de Richard.
Nuestros hijos nos quieren juntos y no separados. A veces salvar una relación puede parecer una misión imposible, pero esta simple frase puede producir el cambio que buscas.
Richard Paul Evans, un escritor reconocido que en el momento en el que su matrimonio estaba atravesando la peor de las crisis estaba en una muy buena posición económica y gozaba de fama. Sin embargo, el dinero y su posición no lo ayudaban a ser una excepción en los problemas de pareja.
Cuando el divorcio parece la única solución posible
Richard estaba casado con Keri, según lo relata en su blog, ellos habían tenido problemas en el matrimonio por años. “Mirando hacia al pasado, no estaba seguro de qué es lo que nos unió, por que nuestras personalidades no eran compatibles”, explica Evans.
Las diferencias entre él y su esposa eran tan profundas que ya casi era imposible recordar porque alguna vez se amaron. Cuando las cosas parecían no tener un remedio y el divorcio era su única opción, Richard decidió recurrir a Dios por su ayuda.
“Sentado en la ducha llorando un pensamiento muy inspirador vino hacia mí. ‘Tú no puedes cambiarla, Rick. Tú sólo puedes cambiarte a ti mismo’”.
Esta simple, pero poderosa revelación, fue el principio de un amor para siempre
La mañana siguiente, Richard se acostó al lado de su esposa Keri y pronunció la frase que cambiaría su vida, la de su familia y la de cientos de personas que han seguido su ejemplo: “¿Qué puedo hacer hoy para que tú día sea mejor?”
Luego de años de discusión, desamor, falta de respeto, hasta llegar al punto de no poder recordar qué era lo que los había atraído, la reacción de Keri fue de cinismo, sarcasmo, y hasta cierto desafío.
“No puedes hacer mi día mejor. ¿Por qué me lo preguntas?”
Ante la insistencia de Richard, Keri finalmente le dijo que limpiara la cocina. Él se levantó y lo hizo. Así continuó preguntándole cada día por casi un mes, mientras Keri usó el desprecio, los desafíos y su mal carácter para desalentar a su esposo; pero él se había prometido así mismo y a Dios que por más difícil que fuera, él no perdería su paciencia y haría lo que fuera necesario para cambiar y hacer feliz a su esposa.
¿Por qué quieres hacer algo por mí?
Luego de un mes ella le preguntó por qué lo hacía. “Porque me importas tú y nuestro matrimonio”, contestó Richard. Por fin Keri rompió en lágrimas, reconoció que ella tenía una personalidad complicada y que él no debería quedarse con ella. Pero él insistió. Cuando le hizo nuevamente la misma pregunta, ella no lo envió a limpiar la cocina ni el garaje; esta vez le pidió que pasara más tiempo con ella.
La pregunta siguió cada día y las peleas terminaron
Keri, finalmente le preguntó cómo ella podía ser una mejor esposa, y “las paredes que los separaban se derrumbaron”.
Y aunque esto no hizo que ellos nunca más pelearan o tuvieran diferencias, hizo que la “naturaleza de las discusiones que tenían cambiara. Las discusiones son más esporádicas y no tienen la energía que tenían antes. Les quitamos el oxígeno. Simplemente dejó de estar en nosotros volver a lastimarnos”.
El matrimonio es difícil, pero todo lo bueno lo es
Hace 8 años tuve un infarto luego de que mi hija naciera. Con los meses comencé a caminar, luego a trotar y luego a correr para fortalecer mi corazón. Me llevó años de disciplina y esfuerzos volver a sentirme como antes; me llevó sólo semanas volver a decaer cuando dejé de ejercitar.
Todo lo que es bueno en la vida cuesta, y el matrimonio no es la excepción.
Dejar de correr y de comer sano es súper fácil, como lo es discutir por todo, dejar de sacrificarnos por la felicidad del otro, olvidarnos de por qué nos enamoramos de esa persona, y seguir tratando hasta el final.
Si tu matrimonio está en problemas recuerda estas cosas:
- Cuando discutas pregúntate si en realidad vale la pena pelear por lo que sea que estén discutiendo. A menudo me encuentro discutiendo con mi esposo por cosas que no valen la pena, y me doy cuenta de que sólo estamos peleando para ver quién ‘gana’. Y en realidad, nadie gana, los dos perdemos.
- Nunca te vayas enojado. Cuando las discusiones no se hablan ni aclaran el enojo sólo nos llena de rencor y nuestra mente busca más razones para permanecer enojados.
- Recurre a Dios. Si eres creyente pídele ayuda a Dios, Él escucha y hace las cargas más ligeras.
- Concéntrense en entender que el matrimonio sólo funciona cuando ambos entienden que es una sociedad en la que los dos deben poner todo de su parte.
- Cuando no tengan nada positivo para decir del otro, mejor no digan nada. En los momentos de enojo se dicen cosas que pueden dejar heridas para siempre.
Por Mariel Reimann; Familias.com